«Pestañas», Tiziano Scarpa.

Mi mirada es peluda.  
 Mis párpados están adornados con espinas, como los pétalos de una planta carnívora. Se abren de par en par para espantar a la presa, enseñan la terrible boca del pozo que devora todo aquello a lo que le echa el ojo. Nada ni nadie osa posarse sobre mi pupila voraz. Cuando los párpados bivalvos atrapan una mosquita, el interior de las fauces se irrita, la mucosa gástrica enloquece; saliva ocular chorrea de las glándulas lacrimales. Disgustado, el ojo escupe la basurita.   Mis pestañas son la radiación de mis ojos. Mis dos estrellas emiten rayos que se adentran unos milímetros en el espacio cósmico.   De vez en cuando, un pelo de pestañas muere sin que yo me percate. Quien se detiene a hablar conmigo, tarde o temprano, me lo indica: “Una coma se posó sobre tu mejilla, un pequeño paréntesis), un’apóstrofo; está intentando imitar una lágrima”.   Las pestañas son aguijones de abejas, expuestas como trofeos en el portal de mi mirada venenosa.   El dorso de mis ojos es un puercoespín pletórico de pestañas. Cuando se acerca el peligro, arroja miradas que traspasan.   De todo el vello del cuerpo, las pestañas de las mujeres son las únicas que son más pobladas, más largas, más fuertes que las de los hombres. La mirada de las hembras es más viril que la de los varones.   Mis cejas son dos escolopendras de caderas sinuosas.   Dos ciempiés se menean arriba de mis ojos.   Cada una de mis cejas estudia los movimientos de la adversaria; espera el momento justo para atacar. Refleja las acciones de la otra, se dispara simultánea. Rara vez una de las dos se mueve sola. Y a pesar de todas estas escaramuzas, nunca se ha visto un ataque llevado hasta el final. Por otra parte, las dos trincheras están dispuestas en eje, no en paralelo. Una de las dos cejas se amotinó, pero cada una cree ser la legítima comandante; por eso, trata de ganarle a la otra en velocidad, adoptando primero la postura más expresiva: quiere demostrar que es la portavoz más auténtica de la cara. Arriba de mis ojos, se lleva a cabo una fatigante guerra de posiciones, que devasta el territorio, contamina la pureza intelectual de la mirada. La contienda hace que los ojos se abran de mala gana como platos, los obliga a ensombrecerse, a fruncir el ceño.   Mis cejas son dos canalones, dos molduras de la fachada: desvían de los ojos todos los colirios ácidos que caen desde arriba. Mirar el mundo a través de la lente de la lluvia lo deforma, lo vuelve demasiado irreal. Mirarlo a través del sudor de la frente lo vuelve demasiado real.    Autor: Tiziano Scarpa 

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