«Make politics (un)great again», Leonardo Garvas.
Enrique Nodapena sonríe, abraza, saluda, ha bailado con ritmo al compás de la política. Pasos bonitos, pasos grotescos, pero nunca un paso gratuito. Mira a los ojos. Mirar a los ojos es importante y, hacerlo de la manera correcta, en el momento indicado, puede cambiar el rumbo de una nación.
Lo han culpado. Enfrentó insultos. Recibió acusaciones graves. Verdaderas, la mayor parte de ellas. Volvió a sonreír. Mantuvo la calma.
Es indispensable mantener la calma y dar la impresión de que nada ha pasado, sin importar que lo dicho por tus adversarios te haya caído como un balde de agua helada. Si no te inmutas, ganaste, por muy culpable que seas. Si flaqueas, aunque sea un poco, y eres inocente, perdiste. Si con esto no te mueves.
Enrique sabe mirar a la cámara. Sabe pasearse frente a ella. Lo bien que se ve. Pero eso lo hace cualquier celebridad, cualquier estrella pasajera. Enrique Nodapena es un político. Y política es lo mejor que hace. Por mucho.
La popularidad del candidato estadounidense empezó a subir. El ministro de Enrique Nodapena cometió un error. Uno imperdonable: invitó al candidato estadounidense que tanto odia el pueblo de Enrique: Donald, y eso lo ayudó a ganar. Pero en la política no importa si se hace bien o se hace mal. No importa si te ama o te odia la ciudadanía. Pero a Enrique Nodapena sí le importa algo: volver a ganar. Y el amor de la gente por el momento no es parte estratégica de sus planes.
El ministro no es un estúpido. Por muy amigo entrañable que fuera, Enrique no lo hubiera aceptado en su equipo de haber sido así. Sin embargo no es el más inteligente de los dos. Por eso Enrique es el presidente y no el ministro.
Enrique podría haberse comportado de manera muy torpe al estar frente a Donald, podría haber estado confundido, equivocarse o haber cedido a la presión y haber dejado que Donald, con su acostumbrada estrategia de hacerse pasar por amigo para después humillarte, tuviera el control de la situación. Pero Enrique Nodapena no se porta torpe si no es a propósito, no se confunde, nunca se equivoca y mucho menos cede a la presión. Enrique, sin importar sus escándalos, las acusaciones, la competencia, logró utilizar una serie de artimañas para colarse a la presidencia. No fue la presidencia estadounidense, pero está seguro que de haber contado con la oportunidad de competir en ese país, lo habría hecho mejor que Donald.
Para Donald es muy importante parecer exitoso ante los que votaron por él. Ganó las elecciones y hará lo de siempre: intentará que todos a su alrededor se sientan amados, para después hundirlos cuando todo salga mal. Lo hace con su familia, lo hace con sus empleados, lo hará durante su gobierno. Enrique lo ha estudiado. Sabe que Donald lo ha estudiado de vuelta. Le propone un acuerdo. Enrique cederá a todas las peticiones de Donald. Le dará el muro que quiere poner entre los dos países. También cederá a las exigencias que Donald coloque sobre la mesa para continuar con el tratado comercial que sostiene gran parte de la economía del país de Enrique. Cuando Donald pregunta si Enrique está dispuesto a sacrificar el bienestar de su país con tal de que la popularidad de Donald aumente, Enrique muestra preocupación y con un gesto descompuesto dice que lo hará, siempre y cuando lo ayude para que su partido gane otro período y él también gane otros beneficios.
En política no importa si se hace bien o se hace mal, mientras que la ciudadanía te ame cuando lo necesitas, y Enrique convence a Donald de que eso será posible si el gobierno de estados unidos brinda su apoyo para que eso suceda. Donald está más que satisfecho, en este acuerdo obtendrá lo que desea, la gente del país que Enrique Nodapena gobierna perderá, pero probablemente ni se darán cuenta y Enrique habrá obtenido una buena recompensa.
Donald se siente un gran negociador que trabaja de la mano con un socio perfecto para él. Un socio al que podrá mangonear como quiere.
Si con esto no te mueves.
A los pocos días que Donald toma el poder, Enrique sale a decirle a su pueblo que ha decidido apoyar el proyecto de un muro y su financiamiento, que la visión de Donald es responsable y madura y si ambos países trabajan de manera conjunta podrán luchar contra el narcotráfico. Incluso muestra varios postulados científicos e investigaciones para demostrar que absorber la construcción y gran parte de los gastos del muro evitará un daño ecológico. Son postulados improvisados, estudiados para que suenen convincentes. La gente no es estúpida. El pueblo de Enrique está más enfurecido que nunca. Piden su destitución y casi todas las fuerzas están de acuerdo. Es cosa de días para que suceda. Nodapena llama a su socio Donald para que inicien el trabajo en conjunto para ir en contra del narcotráfico. Donald ha ganado más simpatía entre los estadounidenses. Nodapena cumplió su palabra y en caso de que acepte ayudar a Donald a llevar a cabo las promesas que hizo en campaña, Donald ganará más popularidad en su país. Disfruta tanto la admiración. Pero Nodapena está a punto de ser destituido. Donald no lo permitirá. Si este presidente aceptó darle su apoyo con lo del muro, seguro lo respaldará con todo lo demás. Le llama para preguntarle cómo puede ayudarlo. Nodapena se escucha afligido, dice estar derrotado y que su carrera política llegó a su fin. Donald insiste, algo debe poder hacer por él. Luego de mucho insistir, Nodapena se deja convencer. Dice que hay algo.
Nodapena se reúne con gente del servicio de seguridad de estados unidos, directores del servicio secreto y uno de relaciones públicas. Le preguntan si necesita deshacerse de enemigos políticos a través de ellos, como ya han hecho en el pasado. Enrique finge sorpresa y pregunta si eso realmente sucedía. No espera respuesta y saca una lista detallada de miembros de la delincuencia que quiere atrapar, algunos vivos, y otros, si se puede, muertos. Les dice que quiere que lo ayuden a verse como un triunfador, convencer a la gente de que trabajar con Donald es una gran idea. El hombre de relaciones públicas dice que eso es mejor de lo que creía. En tan sólo unos días, Donald podría estar presumiendo de haber mejorado la seguridad en materia de narcotráfico como no pudo su antecesor. El hombre de relaciones públicas se siente orgulloso por haber tenido esa idea. Nodapena lo felicita por ser tan ingenioso y habla de la lista que trae consigo. No son los más peligrosos. De hecho, la captura de esos miembros ni siquiera sirve para disminuir la delincuencia o el tráfico de drogas. Es como si Nodapena hubiera escogido qué traficantes, de los que no tienen trato directo con el gobierno de estados unidos, le estorban.
Los hombres del servicio de seguridad y del servicio secreto, al escuchar los nombres de aquella lista, dejan de mostrarse preocupados. Se ven felices.
La opinión pública no cambia a favor de Nodapena por atrapar a esos delincuentes, pero en el momento que sale victorioso como un mártir en el que nadie creía, el odio hacia él pierde fuerza. Lo suficiente para que pueda volver a apoyar a Donald y, en contra del gusto popular, quitar facilidades a las empresas estadounidenses que tienen fábricas en el país de Nodapena. Donald, gracias a este apoyo, pierde interés en hacer deportaciones masivas. Hace unas cuantas simulaciones que calman a los miembros de su partido. Tiene tan buena aceptación, que son pocos los que recuerdan sus otras promesas que no ha cumplido. Según lo que la gente sabe, el muro está haciéndose. Nadie en estados unidos sabe a ciencia cierta si eso está completamente bien o completamente mal, lo que importa es la apariencia que Donald transmite. Logró que el país vecino pusiera de su bolsa para luchar por él y eso dejó por el momento sin argumentos a los del partido enemigo. Hasta los mismos seguidores de Donald empiezan a tener cierta simpatía por el país vecino. Poca, casi nada. Es un logro, si tomamos en cuenta que el muro está estancado en la famosa desidia de la burocracia del país de Nodapena, que no lleva más que unas cuantas bardas pequeñas y enclenques, que se sumaron a lo que ya existía, y Donald a cambio ha puesto a trabajar a sus agencias para continuar alimentando la imagen de trabajo de ambos países contra el narcotráfico.
Las empresas estadounidenses no se van del país de Enrique. O no del todo. Nodapena se comprometió públicamente a buscar el modo de que su país no dependiera de esas empresas, para que Donald pudiera declarar que había recuperado esos trabajos. De nuevo Nodapena hizo quedar tan bien a su socio, que Donald no quiere que Enrique pierda su puesto, porque todavía no ha terminado de exprimirlo. Las empresas declaran en medios que regresarán a estados unidos, pero en realidad es otra simulación, diminuta, una farsa tan ridícula como la promesa de Donald o haberle dado tanta importancia a ese tema durante su campaña. Nodapena no puede aceptar la farsa ante los otros poderosos de su país, pero es notorio que recibe apoyos y facilidades de parte de Donald. El rumor del doble juego se ha propagado entre los ricos del país de Nodapena. Ni siquiera sus adversarios podrían acusarlo, porque quedarían mal, sería considerado traición contra sus propios compatriotas. Los adversarios de Donald se lo están guardando. La fórmula de Nodapena deja contentos a quienes serían su peor enemigo en ese momento: los poderosos y millonarios de su país, y sus acciones les han garantizado estabilidad y credibilidad para que puedan seguir engañando a la clase media y sigan contando con su apoyo para que a costa de ésta continúen haciéndose ricos. Puede que el pueblo todavía no quiera a Nodapena, pero los empresarios ya se harán cargo de protegerlo así como él está protegiéndolos. Claro, mientras que protegerlo signifique protegerse a sí mismos. Negocios son negocios y sus negocios exigen que Enrique no vaya a aprobar un aumento significativo en el salario mínimo.
Si con esto no te mueves.
Me gusta cuando Alejandra se sienta a mi lado y sonríe. Reconoce la distancia y la privacidad que nos pone en un punto del que ya no podrá echarse para atrás. Si ella quisiera lo haría, pero sé que lo disfruta tanto como yo disfruto saber que ese es el trato entre nosotros. Sé el placer que le provocó que la sorprendiera haciéndole propuestas que me comprometían. Por un segundo tuvo el poder de fingir consternación, hacerme ver mal y retirarse indignada. En lugar de eso, aceptó una complicidad conmigo. El gozo que le da saber que estoy a su disposición, aunque es consciente que ante cualquier reclamo yo también podría haberme echado para atrás, pero que a ella, sólo a ella –al menos en ese momento–, le di mi confianza.
Isaac, mi secretario, se muestra discreto ante estos asuntos. Conoce bien el significado y el poder de guardarse cualquier opinión. Si opinara todo el tiempo, no lo tomaría en serio nunca. Ya lo habría despedido. No necesito una nana que me esté señalando siempre lo que hago mal. Hay a quienes les funciona. Isaac es para mí un vigía que ofrece su absoluta concentración en detectar peligros que quizás yo también detectaría, pero que se me podrían escapar. Aparte me gusta la presencia y buena imagen que transmite.
Alejandra camina por el pasillo del hotel que lleva a la habitación de cuadros renacentistas quitándose el vestido de gala que dejaba descubierta su espalda, tal y como me aseguró que jamás se atrevería a hacerlo por mucho que yo le hubiera confesado que esa escena era una de mis fantasías. Se ríe al alejarse y yo la sigo. Los miembros de seguridad impiden que cualquiera se acerque a nosotros a menos de unos 300 metros. El guardia con mayor rango quiere seguirme, pero Isaac con un gesto le indica que él se hace cargo. En medio de la habitación repleta de esos cuadros, Alejandra sólo conserva sus zapatos jade de tacón de aguja. Se encuentra de espaldas, sus piernas están extendidas, ligeramente abiertas, como si formaran una letra A, y toca el suelo con las palmas de sus manos. La luz es poca, delinea sus piernas y deja ver sus redondos glúteos que ante la flexión muestran su vulva y su ano.
Nunca le doy la indicación a Isaac para que se vaya de la habitación.
Llevaba días, semanas, que no la veía después del encuentro en la habitación de los cuadros. No suele preguntarme nunca nada, pero ahora comparte la preocupación de los que han apostado por mí. El tratado comercial parece imposible de firmarse si no permito que los salarios aumenten. Donald está listo para hacer lo que siempre hace: darle la espalda a los suyos cuando ya no le sirven o lo hacen quedar mal y atacarlos con todo su arsenal con tal de que la opinión pública no lo culpe a él. No lo ha hecho conmigo porque tiene fe de que yo lo solucione y él no tenga que bajarse de su pedestal.
Isaac, ¿en qué término se encuentra Donald? Me responde que está a punto de alcanzar el término medio, lo más que puede soportar, agrega. Imagino a Donald en un universo paralelo, donde no hubiera contado con mi apoyo y se encontrara tan desesperado por querer ganar simpatía, que estuviera provocando un pleito con corea del norte. El escándalo de rusia y el apoyo que le brindaron saldrá pronto, el secreto a voces que todo gobernante del planeta ya sabía, incluso antes de que llegara al poder. Eso también haría que tratara de atacarme con tal de desviar la atención, pero al parecer, ante el fracaso de la negociación del tratado comercial, lo hará de una vez.
Alejandra está recargada con el codo en la mesa en la que cenamos. Pasa una pluma por su escote abierto de manera horizontal, que deja ver su ombligo. Luego mordisquea la pluma. Se divierte. Quiere relajarme. No me ve preocupado, sin embargo se esfuerza por brindarme todo lo que esté en sus manos para que yo idee la solución que ella y todos los que han apostado por mí esperan. Meto la mano debajo de su vestido. Está húmeda y no trae ropa interior. Esa sexualidad de las hembras listas a salvar su especie y su progenie. Con un movimiento de ojos, indico a Isaac para que aleje a los guardias. Cuando lo hace, le indico que se ponga detrás de ella. La cabeza de Alejandra está justo a la altura de la cintura de Isaac, ella gira un poco la cabeza hacia él, extiende su mano por las piernas de Isaac, para acariciarle las nalgas y atraer su pene hacia su cara. Me sumerjo debajo de su vestido entre sus piernas y, mientras la pruebo de mil maneras, el movimiento me indica que ella e Isaac se besan. Isaac se ha quitado el pantalón. Recordar cómo hace semanas nos miraba en el cuarto de cuadros renacentistas, aumenta el placer. A Isaac nunca le cuento ni un solo plan, nada más debe realizarlos tal y como yo los planeé.
No he hecho nada de lo que debería haber hecho durante toda la mañana. Cancelé citas, discursos, entrevistas, para pasar horas divirtiéndome con mi Play Station. Esa manía de correr sin saber a dónde se llega, de perseguir sin saber qué es lo que se quiere alcanzar, me lo ahorro si obtengo resultados y dejo los intentos para los que juegan a la lotería. Suena el teléfono. Debo ser el funcionario extranjero al que Donald más veces ha llamado. Ni siquiera debe haberlo notado. Está furioso. Le digo que todo está perdido. Que jamás podré subir los salarios sin perder mi puesto y cuando le digo esto se enoja más. Aceptaré su ataque, le daré la razón, diré que somos un país que a través de engaños le quitamos ingresos a las empresas de estados unidos y eso será el fin de mi carrera política. Es lo menos que puedo hacer después de que me dio todo el poder en inteligencia para mejorar la seguridad nacional, el sustento económico, la estabilidad que limpió mi nombre ante los grandes empresarios y haberme apoyado con el asunto del muro que no se ha podido construir. Donald está de acuerdo. Prometo dar una declaración al día siguiente y hablar de mi renuncia. Que el tratado comercial se pierda será un movimiento administrativo y estructural terrible para la economía de su país, pero si a esta altura no han entendido que en política no importa si lo que se hace está bien o está mal, lo que importa es si eso ayuda o no a tus planes, entonces no han entendido nada. Y en los planes de Donald, él considera que su imagen pública ante sus seguidores es una pieza importantísima. Y que el tratado comercial se pierda no le da tan mala fama. Pero para él es un golpe duro. Él creía en la mejoría del tratado. Pobre Donald, debajo de ese niño predecible y berrinchudo, al que le salen más o menos bien las cosas, hay un viejo con algo de conciencia y amor por su patria. Como si esa consciencia y amor fueran útiles.
Isaac aprovecha que dejo de jugar con mi Play Station y me pregunta si nombraré a Alejandra. Siento un ligero escalofrío al escuchar su pregunta sobre algo que sucederá dentro de varios meses. No por la pregunta, sino porque este punto confirma que él sabe cómo soy en realidad. Podría responder preguntando cuándo se dio cuenta de que no renunciaré, de que las cosas saldrán bajo una estrategia que él todavía no puede comprender, pero de la que no duda. Podría disimular. En lugar de eso aprovecho para decirle algo que pensaba explicarle algún otro día. Ella no ansía el puesto, ni siquiera busca el orgullo de haberme manipulado. Alejandra quiere saber que yo hice eso por ella. Lo desea y ese deseo no podía ser tan placentero si no le costaba tanto trabajo. Lo demás, si se lo cree, es un engaño que ella misma se dice. Isaac me mira y huelo su temor. Ha jugado mal su estrategia. Sus movimientos ya no le pertenecen, sus acciones ya no están bajo control. No sabe si lo siguiente que hará será lo correcto o lo hará en el intento de recuperarse, de arrancarse de mis manos.
Toda la semana he recibido llamadas frenéticas de los empresarios más importantes. A quién le importan cuando tienes de tu lado el amor de un pueblo entero, al que le has otorgado una promesa en la que confían plenamente, y el apoyo económico de Donald. Lo que menos importa es si el cumplimiento de esa promesa es lo mejor. Los pueblos no se gobiernan haciendo lo mejor para ellos, se gobiernan haciendo lo que sienten mejor para ellos, aunque sea espantosamente perjudicial. A menos de que lo espantosamente perjudicial esté en contra de tus planes. Y lo espantosamente perjudicial hubiera sido mantener cerca a varios de esos empresarios que ahora me detestan y que Donald, para mejorar sus números, me quitará de encima y serán reemplazados por empresas extranjeras más capaces que estén a mi servicio, para que los otros, los que queden, aprendan que el poder no lo tienen ellos. Lo espantosamente perjudicial hubiera sido dejar que Donald cumpliera sus promesas y que enfurecido hubiera actuado con berrinches contra el país que gobierno o del mundo entero y no estarle guardando una serie de pruebas y contratiempos en su contra que servirán para ayudar a que pierda el poder cuando la burbuja de sus mentiras y simulacros se desinfle y sus enemigos lo ataquen para que todos le demos la espalda. Espantosamente perjudicial sería no nombrar a Alejandra en el puesto que cree que ganó seduciéndome y que nadie desempeñaría mejor que ella.
Si con esto no te mueves.
Le aviso a Isaac que es hora de dormir. Hace la rutina de seguridad y de cuidar que se hayan terminado mis tareas laborales y familiares del día. Le instruyo que apague la luz y se acueste a mi lado. Lo hace con la docilidad y resignación de un espíritu roto. Está entregado a mí. Está salvado. Su piel, es más suave y tibia que la de Alejandra.
Autor: Leonardo Garvas
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