«Alejandro», Leonardo Garvas.

Para Mario Bellatin 

  
Ella lo ve. Él la desea. 
Margo no tiene humor para estar con una persona que la desea. Quizá el mes pasado, o en los setentas, o hace un año cuando era Fieco, un hombre bajo de lentes que rondaba los cuarenta y cinco años, o cuando era Lourdes, una religiosa claustrofóbica que en espacios abiertos veía cómo pasaban las tentaciones más llamativas delante de ella. 
Hoy a Margo se le antoja conseguir a alguien que la ame como consecuencia de todo lo que le ha dado.
No sería a cualquiera, ni siquiera alguien que pareciera un reto difícil. El antojo va a acompañado de especificaciones muy precisas. Tiene que ser una persona mayor de cincuenta y siete, atractiva y carismática, con tantos pretendientes que no tuviera tiempo ni de responder de manera cortés a todos los intentos de conquista. Debe amarla para hoy. O mañana, a más tardar.
A ella le divertía distraer de sus ocupaciones a Lutero o a Abubakari presentándoles estos  excéntricos romances que coleccionaba. No recuerda si en ese momento era hombre o mujer, o algo más. 
El amor obtenido por ganarse al otro, por endeudar al otro, le había parecido tan tedioso durante tanto tiempo, que le sorprende que haya vuelto a llamarle la atención sin que tenga la intención de distraer a sus amigos. Le da la impresión que desde Uruk aquello había dejado de interesarle así, por sí solo. Un hábito pobre que consiste en conseguir amor por medio de la pobreza del otro, la desesperación del otro, los anhelos del otro. Pobreza de recursos, de autoestima, de conocimientos, de sentido, de visión. Un juego mediocre por injusto, que le permite amor a desesperados o a los que tienen ese fetiche, ha dicho a sus más íntimos confesores. Y si el amor así puede llegar a ser aburrido, no puede recordar lo tedioso que es la simulación del amor a cambio de objetos, favores o propiedades. Aburrido para el que aparentemente paga. Margo está convencida que cuando alguien lleva a cabo eso que se le conoce como prostitución, ambas partes son las que se prostituyen. El sexo puede ser una moneda de pago a cambio del gozo de recibir dinero o regalos. El comprador resulta comprado, sin que jamás lo sospeche. Por eso, debe asegurarse que el elegido entre sus prospectos mayores de cincuenta y siete, a los que ha ido bombardeando en beneficios, artimañas mentales y cumplimiento de sus insatisfacciones, en realidad la ame.
Antier, Margo era Negret. Un niño de ocho años que vuelve loco en deseo a cualquier pederasta. Negret, ahora Margo, no sabe por qué lleva estos años haciendo ese juego que consiste en obtener el amor en las tres o siete formas que existen.  Los temporales casi siempre creen que sólo hay una, o creen que son muchísimas y por eso no las analizan, aunque la verdad nunca se detienen a pensar en eso por miedo a darse cuenta de lo simple pero implacable que es el asunto. O eso dijo una vez Fieco a un bartender al que había vuelto adicto a sus historias, reales o inventadas. Margo sabe muy bien la importancia entre lo inventado y lo real. No soporta pasar una vida entera pensando que hizo algo que se inventó, o creyendo mentira algo que sí hizo.
Margo, con una habilidad inigualable, desaira al hombre que la desea. Amor por deseo profundo. Deseo que es capaz de agrandar los talentos o ignorar las carencias de la otra persona. Esa obsesión enfermiza. Nadie sabe cuándo va a caer en las garras de un pensamiento malsano y destructivo. Ni el más enfermo de todos los locos. Esas fueron de las últimas cosas que pensó Jean. 
Margo fue Jean de la década de los sesenta a los ochenta y se enroló en docenas de amoríos. Amar, amar, amar. No le importaba que un día la persona que lo amaba amara a otras tres, o que se regocijara más con otros cuerpos, o que amara algo sobre su persona o personas amadas. Jean prefería a los hombres. Le gustaban los solitarios, los atractivos, los hombres con espíritu y las mujeres que amaban y odiaban todo en Jean. Un día Jean perdió la cabeza. El favorito de sus amores había acordado una cita inconsecuente con una persona que no se diferenciaba de otras tantas. Nunca supo por qué esa acción del favorito de sus amores le provocó tanta ira. Deseos intensos pero deseos de matar, de matarse, de matar a todos. Se sorprendió invadido por un sentimiento tan atroz, que supo que Jean jamás podría volver a ser. 
No le resulta fácil enterrar a una de sus personalidades. Nadie sabe cuándo va a caer en las garras de un pensamiento malsano y destructivo. Ni el más enfermo de todos los locos.
Ese día nació Margo. Margo tiene celos normales, controlables, intercambiables, ignorables, o si quisiera incluso serían celos patológicos. Pero jamás como Jean. O Yuritzi. Con ella fue la primera vez que tuvo ese mismo sentimiento que tuvo con Jean, pero en esa ocasión conocía el motivo. Y no haber sabido detener a tiempo a Yuritzi, provocó que la civilización de ese continente empezara a fracturarse. 
No lo lamenta. Ahora que es Margo piensa que un error enseña y que aprendió algo, aunque quizá esa tampoco fue la primera vez que sucedió. Así le gusta recordarlo.
Lo de no haber parado a Jean sí la persigue. Fue como si seguir existiendo le pareciera imposible sin importar lo que hiciera después. Que el amor se acabe y uno no pueda con eso, también es algo duro, pero la mayoría de sus personalidades han aprendido de mejores maneras. Le impresiona que Negret sea tan malo perdiendo el amor. Esa apariencia destruida e inconsolable que le sobreviene, ha logrado conquistar a varias personas, algunas que ni siquiera lo amaron en el amor carnal o emocional. Pocas veces siendo Negret amó de vuelta a esas personas que daban todo por consolarlo. 
Un siglo posterior a la cremación de Yuritzi, fue musgo y algunos insectos, sin identidad y en paz. Para relajarse. Vacaciones que no conocerán los temporales hasta que mueran.  
Margo, Fieco, Negret y los otros, no sabe lo que es pensar a alguien como el objeto más deseable. Sólo el más deseable, no el más amado. O ya lo olvidó o prefiere olvidar esa sensación luego de que pasa. Desear algo con tanta fuerza, sin querer o poder amarlo, es otro martirio. La frustración con que viene acompañado no es algo como para estar recordándolo. 
Es difícil desear a alguien cuando tienes la posibilidad de ser el objeto de tu propio deseo, pero luego hay personas ajenas que contradicen las leyes de las probabilidades e innovan la imaginación que ya se creía agotada, y la sorprenden. O a veces le asombra lo que el inconsciente propio y compartido de Margo y los otros está germinando.
Hay diferentes maneras de desear. Puede ser un enamoramiento desmedido por la imagen física o por la identidad de otro individuo o ser. Y la identidad es para Margo donde casi siempre se vuelve interesante. Puedes tener una personalidad grandiosa, o divertida, o protectora, o entregada, o una suma o combinación de todas éstas. Margo, cuando es Negret, a veces usa un encanto que aprendió a descifrar al ver lo que hacía más feliz o entusiasmaba a las otras personas. No es el mismo deseo que provoca con el físico y la personalidad de Negret, que cuando es Bahe y tiene catorce y desprecia y maltrata a quienes tratan de seducirla.
Las presas fáciles la estimulan poco. Cuando busca algo así, es porque quiere obtener diversión sencilla. Pero cuando es Negret, o Bahe, lo más estimulante resulta incitar lo más destructivo en otros. Hombres o mujeres que antes insistían en no tener ningún tipo de consideración con todo aquél que albergara pensamientos románticos o sexuales hacia menores de edad (mucho menos con quienes los llevaban a cabo), eran sometidos a un deseo ingobernable sin poder contenerse hasta la destrucción o el asesinato. 
Cuando Margo es Thomas, le divierte descubrir que incluso con su apariencia insípida provoca atracción física. Es divertido, porque a Thomas le es más fácil incitar amor en otros por medio de su personalidad. Se siente más a gusto así, sin tener que pensar en su apariencia. Lo de gustarle físicamente a otros parece desconcertarlo, pero a Margo el padecer de Thomas le divierte. Sabe que de haber hecho un poco más grotesco a Thomas, habría sido casi imposible conseguir a alguien que se sintiera atraído por su aspecto. Pero habrían aparecido.
Para Margo, cautivar por las características del físico o de la personalidad, pertenece a uno de los tipos de amor. El amor que sienten los perros por quienes los cuidan, la mayoría de las mascotas por quienes los alimentan, los indefensos por quien los protege. Asegura que es exactamente lo mismo quien da protección, cariño o confort, que el que provoca admiración u otorga poder, posición, bienes, autoestima o complace la necesidad de tener algo bello. Un hambre que se satisface de alimentarse del otro. 
Pobreza, vuelve a pensar. Ese sería el primer tipo de amor. 
El segundo tipo de amor sería cuando alguien, sin intenciones de conquista, ofrece algo tan sorprendente, que aunque el otro no necesite eso que está ofreciendo, no puede evitar amarlo. 
Más digno que el primero.
A Margo le parece más interesante el amor que surge por la casualidad de compartir una circunstancia. Un amor más de gato, que, sí, recibe el alimento de su dueño, pero podría irse a otro hogar y tener mejor alimento, cuidado o cariños más dulces, sin embargo no lo hace. No por necesidad o por estar atado a la otra persona. Ese gato y esa persona comparten una circunstancia que no es lo que los une. Uno de los más grandes logros de Margo fue doscientos años atrás, cuando logró conseguir ese amor para Negret. Esa persona amó a Negret, no por su belleza ni por su encanto, ni siquiera por la necesidad de protegerlo o intercambiar satisfacción de necesidades, era simple compañía que no cubría la necesidad de sentirse acompañado. 
Negret la amó del mismo modo.
La gente que tiene mucho que dar, o la gente que necesita mucho algo de otros, difícilmente podrá verse en una de estas casualidades. 
Este amor, el de compartir una circunstancia, a Margo le parece el más elevado. No hay romanticismos ni idealizaciones. Absoluta sinceridad. Dos animales en medio de la cadena alimenticia, del sinsentido del universo. Dos individuos que comparten desgracias o intereses, sin requerirse para sobrellevar esas desgracias o intereses. Negret, y Margo, y Jean, y Thomas, y Lourdes, y apenas una docena de las otras miles identidades, han sido los únicos que han logrado alcanzar este amor. Es tan difícil. En cualquier momento se estropea, porque la otra persona o uno se engancha por el amor a la belleza, a la inteligencia, a la sabiduría, al sentido del humor, a la inocencia, a la maldad, a la perversión. 
En eso, todo está perdido.
Margo siente tristeza por esos temporales que pasaron sus vidas tratando de encontrar este amor y nunca sucedió. También le entristece que este amor sólo haya sido mutuo o haya existido en ella, o en cualquiera de sus identidades, tan pocas veces. Casi siempre empieza en el otro y, eso, aunque es grandioso, no es tan extraordinario como cuando el amor nace primero en uno. 
El hombre desairado está sentado en una banca de madera. Perdió la esperanza y ahora aflora en él una honestidad que a Margo le parece tan interesante que olvida el antojo que tenía ese día con alguna de las personas mayores de cincuenta y siete. 
Él se llama Alejandro.
Margo también ha pasado hasta extenuarse por las otras etapas que le interesan a gran parte de los temporales. Ser admirada o admirado, enamorar, hacer sufrir, sufrir, presumir a otro, concentrar toda su energía en una sola persona, y otras variantes que ha analizado y considera sólo pasatiempos. Siente pena por aquellos que nada más tienen esos pasatiempos durante toda su vida. Por más variaciones que haya ideado, como cuando fue Elmer –el vagabundo con un olor que llegaba a metros y que todo un pueblo admiró–, o cuando fue Wepi –la monarca más hermosa de entre los temporales, los animales, los dioses, el diablo y otros seres, según Lutero, pero que logró ser repugnante para miles de pretendientes que fracasaron al tratar de ignorar su aversiva forma de ser con tal de pasar a lado de su cuerpo y su fortuna–, esas aventuras fueron para ella limitadas e inferiores al amor. Algunas veces, para conocer sobre otros temas, se ha convertido en temporales, animales o seres, en diferentes condiciones, que de su nacimiento a la muerte no obtienen amor. Casi una suerte de sacrificio a favor de las respuestas que ha buscado.
El dinero y las cosas materiales son un obstáculo. Si tan siquiera pudiera obtenerlos así de fácil como se transforma, le habría ofrecido una compensación monetaria al desairado Alejandro. Tendría que convertirse o aparecer a Wan en Suiza, para bajar de su lamborghini como el joven heredero que voltean ver en la calle y que la cámara ama –pero al que le molesta cualquier compañía humana–, para sacar algo de dinero de un banco y luego dárselo. 
No urge tanto.
El cuarto tipo de amor es una mezcla del primero y el tercero y resulta mucho más infantil e inflado. Dos individuos insisten en conquistarse, se ofrecen objetos apreciados, ideas, emociones, que el otro carece, o no, aparte van conviviendo con una suerte de convicción algo estoica de no fijarse o amar a nadie más. Más emoción que acción y sensación, opina Margo. Recuerda que olvidó para siempre a varias de sus personalidades, o las guardó para nunca volverlas a invocar, por lo anodino que le resultaba ese juego de conquista mutua entusiasta. Ahí se incluyen también las estratagemas de conquista y la resistencia fingida, en las que ambas partes ya saben que terminarán juntos. Hay tantas variantes que pudo experimentar con esto, que mejor prefirió ni siquiera intentarlo y dejar que si sucedía fuera por accidente. Ser Aarón le resultaba exasperante, por esa frustración que sufría de verse rodeado ante gente bella, exitosa, humana, y él siendo casi todo eso jamás podría acceder verdaderamente a la comunidad de gente así, todo por su espeluznante narcisismo que le hacía ver que no eran tan bello como todos; que siempre lo mirarían como un foráneo. 
Tampoco era tan humano.
A Margo le gustó más ser Aarón, que cualquier experiencia del cuarto tipo de amor. Y si tuviera que escoger entre los dos, optaría por volver a ser el narcisista. Esto lo supo luego de haber sido varias escritoras que instauraron con sus letras este tipo de amor. Su peor aportación a los temporales. 
Jamás pudo remendar el daño. 
El quinto tipo de amor…
Alejandro lleva ahora meses a un lado de Margo, quizá años. Margo no lleva la cuenta ni es buena para las agendas. Sabe que si lo intentara sería tan buena como lo es el pulcro, ordenado y atlético Uresti. Pero esos hábitos los dejará para cuando sea Uresti. 
Con Alejandro, por momentos quisiera idear un individuo de género fluido que al enamorarlo y llevárselo de lado de Margo destruyera todas sus creencias, pero Margo prefiere ver hacia dónde la dirige esto. 
Parece que en esta ocasión el amor no se dará con exhibicionismos ni por complementos, el humor entre ellos es un valor agregado, los temas interesantes que comparten son una coincidencia. Margo camina con ese hombre en un vecindario pobre para presentarle algunos de sus parientes. A media cena se escapa para convertirse en una japonesa perezosa que abraza a extraños en la calle. Se extraña por el tiempo que pasó sin siquiera pensar en ser alguien más o aparecer sus identidades en otras partes del mundo. Alejandro se despide después de un rato y los familiares le regalan algo de comida para llevar. Excusa a Margo con una mentira y ellos responden que ya saben cómo es. 
En la montaña hay algo de musgo. Margo ve los insectos de cerca, a Alejandro le interesan. Es un día con un sol que provoca un sexo de árboles y rocas. No hay ningún miramiento sobre cómo deben interactuar o cuándo deben terminar. Ninguno tiene dudas, recuerdos o ideas durante. Las ideas hace tiempo que están distantes y fluyen cuando es preciso. Margo al terminar un orgasmo, por unos minutos es tan caprichosa como Bahe. Alejandro en lugar de responder corta la madera que utilizarán en la noche. Bahe se desvanece. Margo comienza una explicación absorbente como si fuera Thomas, Alejandro escucha hasta donde puede, luego pierde interés. Margo se siente tan vulnerable como Negret y luego es Aarón. Esa casa podría ser organizada por Uresti, o perfeccionada técnicamente por Fieco. Lo hace. 
Nada se necesita.
Él habla de su trabajo y ella sabe lo que él siente. Cuando ella ya no puede compartir esa empatía, Alejandro continúa con su rutina diaria. Él ha cocinado ahora que están en el departamento elevado en una parte de la ciudad. Ella está sorprendida por el sazón. El nombre de la ciudad y el idioma que se hable ahí no importa. Compró sábanas nuevas. Se esforzó, pero no por él. Quería esas sábanas. Ella ha leído algunos libros que no le interesaban y ha cambiado muebles. Él ha hecho amigos. Ella piensa en el futuro de él. Él juega basketball con el hijo de ambos que jamás podrá hacerlo sin cuidados especiales o sin un medio ambiente controlado. Cuando los temporales tienen esa corta edad, provocan una humanidad inmensa en cualquiera, aunque luego ese cualquiera mate su propia humanidad. Una mujer se ha acercado a Alejandro ahora que su segunda hija se ha ido a la universidad. Jean y Yuritzi, y todos los que tuvieron esos sentimientos extremos como ellos, como milagro cristiano, resucitan. Margo podría destruirlo todo. Lo destruye todo. Él es inmune a la destrucción, o la destrucción poco importa cuando se hacen tanto daño dos personas. Ella está destruida con él, mas no hay nada que pensar. Se avergüenza de haber sido Wepi. Desapareció convertida en una escultura por semanas. Se odia. Él también la odia. Pero él también fue su propio Wepi. Margo recorre las calles como Lourdes y Uresti salva la economía del hogar, aunque nunca deje de ser Margo y Alejandro sea Alejandro. Él sufre de la cadera y las rodillas. Ella parecía sana, pero la metástasis. 
Siempre la metástasis.
Ni gritos ni dramas, ni no podré vivir sin ti. Margo se ha ido en esa tumba. Alejandro la extraña hasta cuando no debería extrañarla. Trabaja todos los días. Lee libros que no le interesan. Cambió muebles. Compró sábanas. No deja de pensar en ella. Deja de pensar en ella. Se descubre con el recuerdo de todas las personalidades. Puede transformarse. No lo hace. Teme que haya otra personalidad externa por ahí. Espera que no. Para Alejando, ya no existe el interés en otro amor, lo único viable es dejar que la muerte llegue a su momento. La deja.
El séptimo tipo de amor lo ha expuesto el narrador en todo este texto:

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